V

Las manifestaciones públicas masivas son actos de profunda irrealidad, abstracciones colectivas que se ponen en movimiento, lento por la densidad de participantes, como un muñeco al que dan cuerda. Miles de mentes se unen en la versión más negativa de la imagen del pensamiento, degradada hasta volverse irreconocible, convertida en mera representación, como forma de desrealizar la experiencia en momentos reducidos a meros conceptos en que nadie piensa nada. Cuando sólo se piensa lo que se puede pensar, lo tolerable, y no lo impensable y lo intolerable, la anulación del pensamiento va de la mano del cercenamiento del cuerpo. Un manifestante duda unos instantes entre aplaudir y soltar la pancarta, tras varios intentos titubeantes, a modo de acróbata en la cuerda floja, al final un compañero le releva de la penosa responsabilidad y puede aplaudir las proclamas. Respira tranquilo. Más adelante, una niña a la que han tapado la boca con una pegatina, con evidentes signos de fastidio, intenta sacársela estirando por una punta. Es lo único real que pasará durante todo el día.