VI

La reja de la representación no debería ser un obstáculo demasiado difícil de superar por el pensamiento; cuando las ideas y el aprendizaje son inseparables, y sólo es posible pensar lo que no se sabe, lo desconocido e ignoto, la propia inercia inherente a lo NUEVO propulsa al pensador más allá de lo representado en la tópica de los conceptos. Si conocer es quedarse quieto, no salir de uno mismo; aprender es poner(se) en movimiento, ser otro impensado. Hasta las moscas son capaces de aprender a distinguir entre dos rejas metálicas, una de ellas electrificada. El test de aprendizaje se funda en el hecho verificable de que si se pinta la reja electrificada con un compuesto de un olor muy fuerte, las moscas normales rápidamente aprenden a evitarla, incluso cuando ya no está electrificada. Por el contrario, una determinada cepa de moscas mutantes, las Dunce, nunca aprende a evitar la reja mortal, a causa de niveles demasiado altos de AMP cíclico y alteraciones genéticas asociadas. Además existen estudios experimentales que demuestran que la cafeína interfiere en la capacidad de aprendizaje de las moscas normales porque actúa sobre la concentración del AMP cíclico. A este respecto, el pensador que se enfrenta a su propio problema enrejado, nunca igual, con descargas incluidas si yerra, siempre corre el peligro de caer en la categoría Dunce o de sufrir lo efectos de la experimentación con sustancias para potenciar el aprendizaje y el pensamiento.

V

Las manifestaciones públicas masivas son actos de profunda irrealidad, abstracciones colectivas que se ponen en movimiento, lento por la densidad de participantes, como un muñeco al que dan cuerda. Miles de mentes se unen en la versión más negativa de la imagen del pensamiento, degradada hasta volverse irreconocible, convertida en mera representación, como forma de desrealizar la experiencia en momentos reducidos a meros conceptos en que nadie piensa nada. Cuando sólo se piensa lo que se puede pensar, lo tolerable, y no lo impensable y lo intolerable, la anulación del pensamiento va de la mano del cercenamiento del cuerpo. Un manifestante duda unos instantes entre aplaudir y soltar la pancarta, tras varios intentos titubeantes, a modo de acróbata en la cuerda floja, al final un compañero le releva de la penosa responsabilidad y puede aplaudir las proclamas. Respira tranquilo. Más adelante, una niña a la que han tapado la boca con una pegatina, con evidentes signos de fastidio, intenta sacársela estirando por una punta. Es lo único real que pasará durante todo el día.