IV

En las reservas de animales salvajes, cada vez más en desuso, organizadas a modo de safari ficticio por una naturaleza más mal que bien reconstruida, siempre hay un operario con una barra, a la salida del recinto de los primates, que asusta y expulsa con vehemencia a los que han descubierto, sobre todo los mandriles, que la mejor forma de escapar de su cautiverio, la única escapatoria, es salir montados en los coches. A pesar de que lo intentan, ninguno lo consigue; pero en desagravio y como muestra de descontento, se orinan en los parabrisas. En otro lugar, a las puertas de una institución de prestigio, un cartel bien visible en las transparentes puertas de cristal, enmarcadas en un conjunto arquitectónico sofisticado, transmite un mensaje que sirve de recuerdo, recomendación e instrucción a ejecutar: "ASEGÚRESE DE CERRAR BIEN LA PUERTA. NO FACILITE LA SALIDA A NINGUNA PERSONA (PUEDE SER UN RESIDENTE)". El cristal no se resquebraja, los cimientos no tiemblan, no pasa nada; la normalidad es un eufemismo real, una manera neutra y violenta de anunciar, por si alguien no lo sabía, que estamos en un centro de internamiento y que los residentes, esto es, los ancianos, son prisioneros de por vida, la que les queda, de una IDEA, de la idea de otro(s) sobre los tiempos y los espacios de (la) existencia. La imagen del pensamiento que se traiciona a sí misma y se convierte en pesadilla. A modo de compensación, triunfo póstumo de los que ahí esperan, aguardan su final, aquellos que cruzan el umbral de una lado a otro, y se encuentran con residentes implorando por salir, algún día, no muy lejano, tanto visitantes como empleados, también contemplarán el mundo tras muros de cristal límpido. Todavía no lo saben, pero están viendo SU futuro, la cárcel en filigrana del pensamiento que les aguarda.

III

El pensamiento es una prolongación del cuerpo no corporal, vuelo de canto que se cierne sobre las imágenes interiores y exteriores y está unido a un cúmulo heteróclito de sensaciones, movimientos y afectos. Cada pensar tiene su propio paisaje, tierra natal a la vez íntima y extraña, aunque este vínculo, fruto del azar y la necesidad, no implica ninguna relación de antecedente consecuente o de causa-efecto, más bien todo ocurre de forma imprevisible mediante choques no causales, líneas de asincronicidad, asimetrías cuerpo-alma o raptos súbitos. De hecho el pensamiento oscila entre el aislamiento del entorno, la evasión no premeditada, involuntaria, y la focalización intensa, la observación meticulosa de los detalles, una determinación completa en un marco sin referencias. El corolario de esta afirmación es que todo es MATERIA para y, en cierto sentido, del pensamiento. El movimiento rítmico de brazos y piernas al pasear; el sonido continuo, apenas un zumbido, y el traqueteo constante de los medios de transporte; los latidos del corazón que se hacen manifiestos de repente, ya sea por turbación, agitación o silencio; la mano que rodea lentamente la cintura en medio de leves estremecimientos, suspiros entrecortados; un ruido desagradable, chirriante, o por el contrario, más  placentero de lo habitual, casi familiar; los olores atractivos o nauseabundos, ligados a recuerdos imaginados o reales; y, por supuesto, la escritura que registra el ojo y la música que absorbe el oído, conversaciones captadas al azar, rótulos de tiendas o anuncios publicitarios. Nada ligado al cuerpo, a la materialidad, es ajeno al pensamiento. El tema de la variación orquestada, la ocasión propicia de la res cogitans, no puede ser sino la res extensa. El cuerpo y los cuerpos hacen pensar y dan que pensar, materia prima que se transforma en preguntas y bloques de sentido. Trampolín intemporal, punto de apoyo inestable, que transfigura al sintiente en pensante, proyección del pensador a un medio no homogéneo al sensorial, mucho menos denso, fluido elástico, inmaterial, que surge y crece, como dotado de voluntad propia, y ante el asombro del pensador,  movimiento de un plasma ideal, a gran velocidad, a través de innumerables conexiones sinápticas. El pensamiento es el FANTASMA del propio cerebro, la IMAGEN DEL PENSAMIENTO que persigue, acosa y conjura, sin olvidar atisbos de terror y pánico, al órgano cerebral en particular y a los órganos en general, cuerpo entregado al sacrificio, consagrado en la ceremonia de las ideas.