III

El pensamiento es una prolongación del cuerpo no corporal, vuelo de canto que se cierne sobre las imágenes interiores y exteriores y está unido a un cúmulo heteróclito de sensaciones, movimientos y afectos. Cada pensar tiene su propio paisaje, tierra natal a la vez íntima y extraña, aunque este vínculo, fruto del azar y la necesidad, no implica ninguna relación de antecedente consecuente o de causa-efecto, más bien todo ocurre de forma imprevisible mediante choques no causales, líneas de asincronicidad, asimetrías cuerpo-alma o raptos súbitos. De hecho el pensamiento oscila entre el aislamiento del entorno, la evasión no premeditada, involuntaria, y la focalización intensa, la observación meticulosa de los detalles, una determinación completa en un marco sin referencias. El corolario de esta afirmación es que todo es MATERIA para y, en cierto sentido, del pensamiento. El movimiento rítmico de brazos y piernas al pasear; el sonido continuo, apenas un zumbido, y el traqueteo constante de los medios de transporte; los latidos del corazón que se hacen manifiestos de repente, ya sea por turbación, agitación o silencio; la mano que rodea lentamente la cintura en medio de leves estremecimientos, suspiros entrecortados; un ruido desagradable, chirriante, o por el contrario, más  placentero de lo habitual, casi familiar; los olores atractivos o nauseabundos, ligados a recuerdos imaginados o reales; y, por supuesto, la escritura que registra el ojo y la música que absorbe el oído, conversaciones captadas al azar, rótulos de tiendas o anuncios publicitarios. Nada ligado al cuerpo, a la materialidad, es ajeno al pensamiento. El tema de la variación orquestada, la ocasión propicia de la res cogitans, no puede ser sino la res extensa. El cuerpo y los cuerpos hacen pensar y dan que pensar, materia prima que se transforma en preguntas y bloques de sentido. Trampolín intemporal, punto de apoyo inestable, que transfigura al sintiente en pensante, proyección del pensador a un medio no homogéneo al sensorial, mucho menos denso, fluido elástico, inmaterial, que surge y crece, como dotado de voluntad propia, y ante el asombro del pensador,  movimiento de un plasma ideal, a gran velocidad, a través de innumerables conexiones sinápticas. El pensamiento es el FANTASMA del propio cerebro, la IMAGEN DEL PENSAMIENTO que persigue, acosa y conjura, sin olvidar atisbos de terror y pánico, al órgano cerebral en particular y a los órganos en general, cuerpo entregado al sacrificio, consagrado en la ceremonia de las ideas.