XIII

No hay nada más veloz que el pensamiento, ni la luz puede alcanzarlo; antes de de que el más mínimo rayo toque la retina, el pensamiento ya está en otra parte, se ha desplazado, es el desplazamiento del desplazamiento al infinito. El límite que marca la velocidad de la luz sólo afecta a las cosas visibles; las ideas brotan en el intersticio, el hiato de lo sensible, en el intervalo de las luminosidades, cerco invisible de la visión, punto ciego de la retina. La representación, el orden de las representaciones, que subordina el pensamiento al acto útil, productivo y lógico, sancionado por un sentido común vigilante, es de clara inspiración militar, y cada vez más. La velocidad del acto como forma de sabotear el pensar, estratagema de anulación, saturación mental, la necesidad imperiosa de ir cada vez más rápido para no pensar en nada, tiene su origen en las necesidades propias de los ejércitos. Actuar sin pensar, sin cuestionar las órdenes, es la instrucción básica, la directriz que sostiene el conjunto. La velocidad es indispensable para que el pensamiento no ponga en peligro la misión, la ejecución de una acción determinada. No es una acción cualquiera ni una velocidad escogida al azar. El acto debe responder a unas coordenadas repetibles, precisas, que el sentido común debe coordinar, a fin de pasar de uno a otro, en una secuencia previsible, tanto en su desarrollo como en sus resultados. El frenesí, aunque límite al que tiende toda sociedad militarizada, no es la norma; la velocidad no debe impedir ejecutar el mínimo cálculo mental necesario para seguir la pauta instituida. Demasiado lento significa la suspensión del acto; demasiado rápido, la imposibilidad de mantener la coordinación, el atolondramiento, la zozobra, el caos en las filas. Se trata de actos sensatos a velocidades sensatas. La sensatez es la reducción del pensamiento a mínimos, la estricta vigilancia y control, la supervisión de las órdenes a ejecutar, el seguimiento del plan de trabajo. La clave del mecanismo es la falta de tiempo, la ocupación del tiempo, a todas horas, para evitar las distracciones y reducir el pensamiento a un mero uso instrumental, subordinado a la cadena de actuación. Cumplir órdenes es siempre pensar sin pensar en otra cosa. Lo vemos cada día. La mayor de las distracciones está concebida para evitar la distracción.